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sábado, 8 de agosto de 2009

Consumismo desenfrenado



Parecería una chanza de mal gusto reflexionar sobre el consumismo en momentos en que hay una severa contracción del consumo a raíz de la crisis internacional. Sin embargo, es oportuno meditar sobre el asunto. Se critica al llamado capitalismo porque se dice incentiva el consumismo como el objetivo de mayor importancia y a cualquier costo, y para satisfacer esa ansia se cae en al afán de lucro también a cualquier costo y como la meta más preciada. Me gustaría decir primero que nada que tengo cierto prejuicio en contra de la expresión “capitalismo” por dos motivos.

En primer lugar, porque fue Marx quien lo bautizó con ese nombre y, en segundo término, porque alude al aspecto puramente material del sistema (aunque Michael Novak lo deriva de “caput”, es decir de mente, de creatividad). En todo caso, no abandono la referencia al capitalismo pero definitivamente prefiero recurrir al término “liberalismo” puesto que remite a la libertad como eje central del sistema, lo cual incluye aspectos materiales pero no excluye los valores del espíritu que constituyen su aspecto medular. De más está decir que aludo al sentido clásico del vocablo y no la degradación estadounidense del significado del término liberal.

Habiendo hecho esta aclaración introductoria, es menester señalar que los máximos espacios de libertad resultan indispensables como el oxígeno para la actualización de las potencialidades del ser humano y para su dignidad. Esta es la oportunidad de precisar el sentido de afirmar que la libertad permite la actualización de las potencialidades de cada uno no como si se tratara del simple expediente de exteriorizar lo que tenemos dentro. Este sería un objetivo por demás escuálido y anémico. De lo que se trata es de usar las potencialidades nobles para incorporar desde fuera excelencias, es decir, valores más altos que nosotros, que al momento nos trascienden, que nos empujan a mejorar y ensanchar el fuero interior, en otros términos, a tener siempre por delante nuevas y más desafiantes metas para no quedarnos con lo pasado y movernos por la avenida de un futuro más exigente con nosotros mismos.

Con mucha razón Víktor Frankl ha escrito que “Nunca dejemos que lo que es se equipare a lo que debe ser”. En todo momento las metas y proyectos deben llevar la delantera si queremos progresar en nuestra condición humana y mantenernos vivos. Por eso es que André Maurois ha sentenciado que “la vejez es la sensación de que es demasiado tarde” y para que esto ocurra no hay edad biológica, es una actitud mental. Nada más mortífero que el statu quo, nada más ponzoñoso y contrario al progreso que la actitud de quienes tienen por norte ajustarse y adaptarse, chatura de quienes no se esfuerzan por alcanzar blancos más elevados, es el hombre mediocre de que nos habla José Ingenieros, es el hombre “normal” de que nos habla Erich Fromm en su obra titulada La patología de la normalidad.

Las emociones y sentimientos de afecto y cariño, las alegrías de alimentar el alma propia y la de terceros a través de la incorporación de conocimientos que ensanchen nuestro espíritu, el sentido del humor, la tolerancia, el cultivar la bondad y la noción de trascendencia en el contexto del respeto irrestricto a los proyectos de vida de otros en base a que cada persona es un fin en si misma y nunca un medio para los requerimientos del prójimo, todo ello constituye el aspecto medular del ejercicio de la libertad.

Si la libertad se usara para drogarse hasta perder el conocimiento o para reclamar amos y tiranos, el futuro de la libertad estaría en serio peligro. Por otra parte, no parece que se saca partida de la fuerza extraordinaria de la libertad si el objeto supremo de la vida consistiera en el consumo de bienes materiales puesto que, de ese modo, se habría trocado el medio por el fin. Es cierto que las expresiones “consumismo” o “sociedad de consumo” son un tanto pastosas puesto que el que no consume se muere por inanición, es lo mismo que aludir a “la sociedad que respira” y, por otra parte, las más de las veces quienes critican la referida “sociedad de consumo” pretenden imponer regímenes totalitarios donde el consumo solo queda para la casta gobernante.

Pero una vez aclarado esta punto, es conveniente destacar que si la felicidad de una persona, si su imagen de su mejor Cielo estriba en una enorme tienda con todos los productos para comprar, en verdad no parece algo edificante, constructivo ni elevado para su condición humana. Claro que esto depende de estructuras axiológicas y no es para nada la responsabilidad del contexto de libertad.

A todos se los debe respetar no importa que hagan. Solo se debe recurrir a la fuerza de carácter defensivo, nunca ofensivo pero es indudable que no es lo mismo que una persona cultive su intelecto que si entrega buena parte de su vida al entrenamiento para comer más y más salchichas para así ganar concursos Guiness o quienes reiteradamente dedican jornadas enteras para ejercitarse en ladrar mejor que los canes tal como se ha notificado hace poco en la televisión. No solo puede mostrarse preocupación por personas que se entregan a semejantes entrenamientos sino que la generalización de actividades de ese tipo presenta un eventual riesgo para el futuro de la libertad en cuanto a la irrupción de los consabidos sátrapas siempre listos para explotar la estupidez.

Por otra parte, es de interés apuntar que el tipo de consumismo desenfrenado que se critica no está referido a consumos vinculados precisamente a la condición humana, como la asistencia a obras de teatro de excelencia, a orquestas sinfónicas, a museos y la compra de libros enriquecedores, todo lo cual contrasta con espacios fundamentales de la vida para dar rienda suelta a la angustia desproporcionada por tener el último modelo de automóvil como la meta mas elevada, la compulsión por coleccionar electrodomésticos como móvil superior, la irrefrenable tendencia por acumular zapatos y carteras de marca como logro decisivo o ganar dinero para ganar más dinero como objetivo final. Estos últimos ejemplos no parecen reflejar vidas con mucho contenido ni puede decirse constituyen una buena muestra de personas que sacan partida de la condición humana. Sin embargo, nada de esto debilita la importancia de la libertad ni mucho menos autoriza a torcer el rumbo de aquellas conductas, salvo quienes desean intentarlo por medio de la persuasión haciendo uso de su propio tiempo y recursos.

Cada uno debe poder seguir el camino que considera apropiado, solo debe tenerse en cuenta que demasiadas vidas huecas no contribuyen a fortalecer el futuro de esa tan apreciada libertad y más bien tiende a preparar mentes débiles y masificadas que, como hemos subrayado, pueden abrir caminos a los dictadores del futuro, siempre al acecho de diversos grados de cretinización al efecto de manipularlos a su antojo.

En un sentido completamente distinto, el consumismo como consumo exagerados en relación al presupuesto existente es malsano en el sentido que naturalmente termina por consumir el capital disponible. Como es sabido, no se puede consumir lo que no se ha producido y el aumento de la productividad resulta de las inversiones que, a su vez, derivan del grado de ahorro, por tanto, si el ritmo de consumo excede a lo producido el empobrecimiento es el resultado indefectible. En esta dirección, las políticas inflacionarias consumen capital al distorsionar precios relativos como consecuencia de la expansión monetaria que tiene lugar -en el contexto del sistema bancario de reserva parcial impuesto por los gobiernos- a través de los préstamos de la banca central a bancos comerciales, a través de redescuentos y, sobre todo, a través de las operaciones en el mercado abierto por las que la llamada autoridad monetaria compra títulos, también con emisión de moneda.

Por otro lado, se han criticado jornadas laborales que en muchos casos no consisten en tareas creativas sino más bien rutinarias y de características bastante poco sublimes. Esto tampoco es responsabilidad de la sociedad abierta, la condición del hombre es la pobreza y la escasez es la razón de la economía, entonces, para mejorar desde el punto de vista crematístico, debe laborar en lo mejor que se le ofrece y la empresa en cuestión ofrecerá aquello que se demanda puesto que su éxito depende de que acierte en los gustos de los consumidores.

En resumen, el necesario equilibrio y adecuado balance entre la atención al consumo y la vida del espíritu y entre las tareas laborales y el cultivo del alma son indispensables pero dependen de las prioridades de cada uno, del resultado de las cuales evolucionará la sociedad en dirección a una calidad u otra.

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